
Hay autores que intimidan. No (sólo) porque sean difíciles, sino porque llegan precedidos de una reputación de peso: premios, devotos, bibliografías extensas, frases subrayadas por generaciones enteras. Sus nombres circulan como contraseñas culturales, como señales de pertenencia a una comunidad lectora exigente. Leerlos parece un rito de paso, una prueba de madurez intelectual más que una fuente de disfrute y estas obras suponen la mejor iniciación. Leer


